sábado, 14 de mayo de 2011

Mis encuentros con Leo

       La última vez que me encontré a mi amigo Leo Buendía fue en la cola del banco, donde ambos nos disponíamos a pagar una tasa municipal más...¿o quizá era de la Diputación?...No recuerdo.
- Buenos días, don Alberto- me dijo sonriendo con esa sonrisa franca que mostraba unos dientes grandes y blancos, como los anunciantes de algún dentífrico milagroso.
-Hola, Leo,...me alegro de volver a verte, pero por favor, no me llames “don”¡caramba!, que me incomoda un poco...
-Pero ¿porqué?...si usté tiene estudios, es lógico que le trate así ¿no?- me corrigió provocador.
-         ¡Hombre!, Leo, eso es un convencionalismo sin explicación lógica ni racional. Y tiene un tufillo burgués que no me entusiasma precisamente,....Además- le recordé- tú también estudiaste en el mismo colegio que yo, y...
-         Bah,...pero yo no acabé nada, ni me dieron ningún título, y si hasta casi me expulsan..¿recuerda?.-me interrumpió socarrón.
-         Pero eso fue porque aquellos frailes no supieron reconocer tu inteligencia, diferente y más aguda y arriesgada que la del resto de chicos- afirmé.
-         No me fastidie don Alberto, que ni eso es cierto, ni aquello fue así- me corrigió un poco azaroso- Lo que ocurrió es que yo era un poco mas respondon, y les decía lo que pensaba, a lo burro, a su cara, y eso no les gustaba...-
-         ¡Hombre!...y también influyó el que aquél día les llevases a la capilla a aquellos amigos tuyos del barrio- le puntualicé un poco temeroso de la indiscreción- aquellos colegas tuyos musulmanes, budistas, taoistas,...que solían ir por la tienda de tu padre, ¿recuerdas?.
-         ¡Claro!...y eran una gente cojonuda, cuyo único defecto era que tenían otro color de piel y no estaban bautizados, ni querían estarlo- me respondió serio.
-         Pero, Leo, es que la España de entonces...-
-         Mire, don Alberto, la España de entonces, como la de ahora, y como el resto, era una hipocresía total- me susurró aún mas serio.- Yo creo que el ser humano es una mezcla de influencias, un crisol dicen ustedes, pues eso, un crisol de influencias culturales,...y el reconocerlo enriquece el espíritu y las entendederas de las personas-
-         Que razón tienes, Leo- asentí.
-         Yo, según me dijeron sobre mis antepasados, seguramente tengo origen celta, y también quizá íbero- me explicaba despacito pellizcándose la piel del brazo- pero también tengo un fuerte influjo árabe ó bereber,...y he preferido ser abierto y atento a todo lo que en mi sangre fluye de esos diversos orígenes- me aseguró acelerando el ritmo de sus palabras.- Es más,...creo que nada me es ajeno del todo...desde el África de nuestra gran madre tanzanesa, o como se diga, hasta la moderna tendencia a lo inmanente e inmediato que nos viene de los anglosajones, protestantes y  materialistas...-
-         O sea, del modelo desarrollista- me anticipé.
-         Bueno, a lo mejor se dice así,...y todo esto incluyendo lo que nos contaron los frailes del colegio, o sea, lo que habré heredado de los escolásticos, Agustín y Tomas, y de los revolucionarios franceses que le han dado un toque jacobino a mis venas-
-         ¿También de estos tienes influencias?- le cuestioné.
-         Pues claro...¿o cree usté que ellos no nos influyeron de forma indirecta, por medio de algunos de nuestros profesores o de los libros que nos hacían leer?- me aseguró convencido- Y no sólo de éstos, sino de los hegelianos y marxistas esos que nos prohibieron durante tantos años, esos que se llamaban los del análisis historiográfico de clase, que yo nunca he entendido bien qué quería decir-
-        ¡¡Pero si nos los tenían prohibidos!!...¿tú cómo los leiste?- le pregunté curioso.
-         ¡¡Coño, don Alberto!!...Pues igual que usté...¿o no se acuerda de cómo nos hacíamos con ellos, y cómo nos los llevábamos al parque mientras echábamos un celtas, o a la cantina del Ramos a charlar de ello delante de un porrón de tintorro con cacahuetes en aquellas mesas de marmol?- me espetó.
-         Pues es verdad, Leo...no me acordaba de aquella época-
-         Pues yo sí...y bien que aprendí yo de todo aquello, de aquellos ratos y de todos los que como usté, que eran mayores que nosotros, nos animaban a que leyéramos y leyéramos, todo y de todo...¿no se acuerda?- me interrogó con sus grandes ojos negros y brillantes.
-         Sí...los mayores siempre hemos sido un poco plastas, y paternalistas con los pequeños- me justifiqué algo avergonzado.
-         No, no importa, además a mí me sirvió de mucho,...y quién sabe, si no le hubiésemos hecho caso, a lo mejor ahora yo era un aburrido y asalariado oficinista o abogado, en vez de un feliz artesano ¿no?-
-         O sea, que tú absorbiste todo aquello de lo lindo ¿no?-
-         Es que, don Alberto, yo lo absorbo todo, como usté dice, todo lo como, todo lo bebo, todo lo leo, todo lo escucho, todo lo metabolizo,, todo lo integro....y el resultado de todo eso es lo que soy  yo...me guste o no....o sea, que yo elijo ser como quiero ser...yo elijo.- me confesó con un cierto tono secreto y orgulloso.
-         Y bien que eres lo que quieres ser, y de qué manera...un gran hombre, Leo-
-         No me tome el pelo, don Alberto, que aún hay días en que dudo de si no hubiese sido mejor haberme hecho oficinista-
-         Pero entonces no serías libre como lo eres ahora, y no te sentirías tan indómito ni tan auténtico como se te ve ¿no?- le confesé.
-         ¡Huy, huy....!...que ya me toca el turno de la ventanilla- se apresuró a justificarse.
-         Venga, Leo...venga....que este sí es de verdad tu turno....el único gesto que nos acredita como ciudadanos de derecho,....o sea, el gesto de pagar, aunque no podamos protestar, ni participar,...¡¡pagar hay que pagar!!.- le susurré casi en su nuca.
Nos dimos un abrazo, y quedamos en vernos una tarde de esta semana santa leonesa, mientras la ciudad entera esté “matando judíos” disfrazada del ku-klux-klan, y cuando nosotros, ambos, no queramos matar a nadie, sino sólo conversar...sin ninguna pretensión...
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