jueves, 13 de junio de 2013

Wert y “su” lucha de clases.


      Vladímir Ilich Uliánov afirmaba que, en los primeros tiempos del triunfo de la Revolución de Octubre, “se les llegó a reprochar el hacer de la escuela una escuela de clase,...pero es que la escuela ha sido siempre una escuela de clase”, decía.
       En los orígenes de la evolución humana, y a raíz de la necesidad de adiestrar a los primeros humanos en materias tan necesarias y diversas como la aritmética básica, el empleo de herramientas rudimentarias, la capacidad de gestionar los excedentes agrícolas, etc...es cuando se va configurando un canon de ideas y escalafones que segregan y categorizan al conjunto de seres humanos, jerarquizándoles y estableciendo lo que comenzaban a ser las diferentes clases sociales. Ello desencadenó en que sólo algunos grupos ó indivíduos accedieran a detentar roles de privilegio ventajosos que ya nunca más accederían a tener que cambiar ó perder. Es por ello por lo que se ponen en practica los métodos y formas de transmitir las pertinentes ideas que perpetuasen este statu quo, para así mantener aquel orden “de clase” establecido. Esas ideas, transformadas en toda una ideología, fue la que impregnó el contenido curricular de los primitivos lugares de enseñanza para los niños y los más jóvenes, y donde, además de materias técnicas, también se hacía un proselitismo absoluto basado en “convicciones”, revelaciones y creencias que, se postulaba entonces, dimanaba de los dioses,...lo que no hacía sino confirmar así la más que evidente complicidad de las diferentes religiones en la coartada de las clases dominantes. 
        Mucho más tarde ya, se constató el cómo la educación había sido siempre un arma de dominio en los estados de Esparta, Atenas  y Roma y, en palabras de Anibal Ponce, esto fue así en la medida en que la escuela del mundo clásico se orientaba a mantener la esclavitud y la servidumbre feudal de la época, la explotación de aquél proletariado, y la información ó deformación de las clases humildes, y todo ello para la perpetuidad de las prebendas de las clases y castas dominantes. Las religiones y los estados, o dicho sea de otro modo, los grandes sacerdotes y los reyes, siempre colaboraron y obedecieron el mensaje de las clases dominantes, el de los grandes señores que transmitían su privilegio bien por la vía dinástica de los reyes ó bien por la simple revelación divina a la que tenían acceso sólo los sacerdotes.
     Y así viene sucediendo desde hace mas de 80 siglos hasta nuestros días...éstos días en los que seguimos observando la confrontación que existe entre la religión y el estado, especialmente cuando éstos, los estados, aspiran a conformar una sociedad libre, igualitaria, justa, equitativa y basada en la convivencia abierta y tolerante, y por encima de las creencias religiosas colaboracionistas con los poderosos como predicaban aquellas, o sea, las religiones.
     El pretender trasladar el debate de la confrontación entre Iglesia y Estado, para instalarle en el escenario de la secular lucha de clases, puede parecer cosa de paranoides obsesionados por “arcaizantes” propuestas marxianas, pero, en realidad, cualquier historiador, sociólogo, antropólogo y/ó experto en ciencias sociales y políticas seguramente confirmaría esta relación, aunque fuese a su pesar, dado que dicha aseveración pudiera vulnerar sus más íntimas e irracionales convicciones religiosas.
     Esta es la lucha encarnizada que está manteniendo Wert con su reforma educativa ante el resto de la sociedad, reforma que reactiva la consideración de la asignatura de religión como digna de ser enseñada en igualdad de peso académico respecto a otras disciplinas técnicas, científicas ó humanísticas impartidas en la escuela pública, y un ministro Wert al servicio de la religión nacionalcatólica colaboracionista con las clases y castas dominantes y en contra de la voluntad de una sociedad que un día eligió ser aconfesional, y una sociedad que hoy ve cómo se adultera su escuela pública para instruir y adoctrinar a los alumnos en creencias que, con todo respeto, no dejan de ser ancestrales y poco convincentes para el conocimiento y la ciencia a la que hoy, afortunadamente, ya hemos accedido. 
      Este es el drama de esta reforma educativa, que, impulsada por el ministro Wert del Partido Popular e inspirada por la alta jerarquia eclasiastica, no intenta sino conservar el orden de clases actual en beneficio de la dominante. Y en definitiva, Wert no es otra cosa que un mamporrero al servicio de los intereses dominantes hegemónicos, en esa particular lucha de clases que ellos sí siguen practicando mientras la clase trabajadora dormita.
                                     

viernes, 7 de junio de 2013

Wert y los dioses, una alianza primitiva al fin y al cabo...

      Un día, en alguna parte, escuché algo que no he olvidado por lo expresivo de su retórica y por la contundencia de su mensaje. Supongo que la autoría de la frase corresponderá a algún sacerdote oriental ó de alguna religión politeísta, pero debo confesar que lo ignoro. La frase, que bien podría ser un antiguo proverbio, rezaba algo así...
“Los dioses, cuando quieren premiar al hombre, le llenan su cabeza de sueños...y cuando le quieren castigar, hacen que se cumplan”...
     Así de sencillo y, sin embargo, así de profunda, se me antoja esta reflexión sobre las ilusiones, los sueños, los anhelos, y las ambiciones humanas, como también así de sencillo es cómo este proverbio advierte del hastío y la barbarie que se derivan de las ambiciones desmedidas adquiridas por los métodos al uso en nuestra sociedad consumista, superflua, depredadora y voraz, y que hoy identificamos con nuestro opulento mundo occidental de naturaleza capitalista. Ello también tiene que ver, seguramente, con los modelos sociales en los que se han ido enterrando los valores que categorizaban nuestro comportamiento dentro de normas éticas que alguien, en algún momento de nuestra historia, debió canonizar para distinguir a nuestra especie de las demás.
     Ello debe, obligatoriamente, conducirnos a establecer cómo estos modelos insatisfactorios para la especie humana en su conjunto, y que se reproducen como un demoníaco bucle que se retroalimenta a sí mismo, está íntimamente ligado al debate de los diferentes modos de producción y, en consecuencia, con las luchas entre las distintas formas de entender la dialéctica de las relaciones de poder derivadas de esos modos de producción.
     Desde los orígenes de nuestra especie, lo esencial y único que tenía que hacer el ser humano era proveerse de los elementos más básicos para su subsistencia y la reproducción de su especie, y éstos no eran otros que el alimento y el agua. Pronto aprende las técnicas más rudimentarias de la incipiente agricultura, y comienza a combinar la técnica de la caza con la siembra de semillas y posterior cosecha para así alimentarse él y su tribu. Pero resulta que las inclemencias climatológicas y la dilación de los periodos naturales del campo para producir esos bienes o elementos básicos de subsistencia, le obligó a aquél ser humano a aprender a almacenar y acumular en previsión de épocas de escasez, como también le obligó a aprender a reparar y reponer las elementales herramientas de trabajo. La gestión de los excedentes de la producción agrícola, ya desde nuestra prehistoria, supuso la necesidad de aprender habilidades aritméticas muy elementales. Se admitió por consenso y evidente el cómo la utilización de determinadas técnicas, el uso de herramientas, la capacidad de medir y contar, y las capacidades físicas, no estaban al alcance por igual de todos los miembros de la especie en la misma medida, por lo que necesaria y espontáneamente surgía una categorización que seleccionaba fuerza, habilidades y capacidades. Nacen, por lo tanto, los diferentes roles y con ello las distintas clases sociales, y nace así también la diferencia entre ellas y la dinámica de la confrontación en las relaciones de poder.
Surgen intencionadamente los privilegios de unos y las insatisfacciones de otros, y así las clases dominantes establecen códigos de obligado cumplimiento que toman carácter jurídico, mientras se aseguran que, por medio de determinadas formas de enseñanza y divulgación, esa estratificación en clases debe perpetuarse para mantener esas relaciones de poder en la que algunos salen beneficiados en detrimento de otros. Ese estado de cosas suscita que los menos beneficiados adopten una actitud de negación de tales escalafones, llevando su disconformidad al terreno económico, al terreno del saber, al terreno del propio poder, y, finalmente, constituyéndose en argumentario ideológico. Por el contrario, las leyes y el ordenamiento jurídico recién diseñados responden a la necesidad de perpetuar la dominación existente de unos sobre otros, y paralelamente se establecen pautas y códigos de ideas y costumbres que manan del propio sector dominante en aras de reproducir y mantener los modos de producción que esclavizan a unos para el enriquecimiento de otros.
    Así se explica cómo, en los Estados modernos, se tiende a reproducir el modelo productivo y las relaciones de poder prexistentes, se tiende a diseñar todo un cuerpo doctrinal jurídico que proteja y perpetúe esa escala social, y ése Estado se esfuerza en generar todo un aparato ideológico que empape las voluntades de los más jóvenes para convertirles en súbditos serviles que no aprecien la injusticia de su propio origen y destino. Y es que Gramsci tenía razón: No existiría esa falsa alianza de clases si no existiesen previamente aparatos ideológicos de hegemonía. Y esto tan sencillo es lo que está detrás, en nuestros días, de las propuestas ultraconservadoras en materia de políticas educativas que enarbola el actual ministro de educación Jose Ignacio Wert.
                        (Fuente.- Propia del editor. Soporte bibliográfico.- Tuñón de Lara, Antonio Gramsci)