sábado, 12 de noviembre de 2011

León, un viaje de ida y vuelta

     Acercarse un domingo por la tarde a las estaciones de tren o de autobuses de León es un ejercicio de doloroso masoquismo. Los andenes y dársenas se ven poblados de docenas de jóvenes que, bien solos o bien acompañados de padres, amigos ó novios y novias, se despiden hasta dentro de unas semanas, meses, o quizá más.
   Así, cuando algún contertulio "en la reserva", prototipo de “acerero de obras”, hace alguna alusión a la progresiva pérdida de población que está sufriendo León, incuestionablemente determinada por la fuga de jóvenes en busca de estudios o del trabajo que no hallan aquí, y a las posibles causas que podrían provocar este fenómeno asolador, uno no puede sino apenarse de que tal situación no sea, sino, quizá, el destino designado malévolamente por quienes exclusivamente se preocuparon de esquilmar esta tierra, sin reparar un momento en que los momentos de gloria no son eternos, y que su pasado glorioso como reino nunca fue una garantía suficiente para conservar el protagonismo que esta tierra se merecía.
   Es sabido que cuando los romanos abandonan esta ciudad a finales del 400 (y después de haber servido de capital militar por el asentamiento de la celebérrima Legio VII), la ciudad de León y toda la meseta norte se convierte durante siglos en un lugar solitario, despoblado, inhóspito, desolado, sede de maleantes, salteadores de caminos, fugitivos, y también de ermitaños y gentes dedicadas a la labranza y majada de pastores, siendo ocupada sucesivamente por suevos, visigodos y pueblos diversos, e incluyendo posteriormente a la propia avanzadilla del imperio omeya que ya, desde el 711, venía ascendiendo por la península camino de la Galia situándose en el norte de la meseta del Duero como marca fronteriza. En 712 León se convierte en ciudad musulmana, y es a parir del 846 cuando los mozárabes comienzan a convertirla en cristiana. De ahí hasta que Ordoño I la incorpora al reino astur, y Ordoño II la convierte en 914 en capital del reino, todo comienza a ser avance repoblador y crecimiento demográfico, especialmente durante los periodos de los Garcías, Fruelas, Sanchos, Ordoños, Fernandos y Alfonsos que todos conocemos. 
   Y todo ello como resultado de dos circunstancias: una, por el afán repoblador que debía sujetar la marca fronteriza ante el adversario musulmán; y la otra, por la riqueza y el desarrollo del comercio propiciado por el asentamiento de colonos, clero y nobles. Así, León se convierte pronto en capital del reino a todos los efectos, y es luego, a partir de la muerte de Alfonso VII,  cuando las traiciones, intereses de poder, y engaños de nobles, hermanos y vecinos salpican su día a día, y cuando esta ciudad se va viendo inmersa en un proceso de división y descomposición que, a la postre, va a suponer la pérdida de su protagonismo en beneficio de otras ciudades del reino.
   Así pues, podríamos decir que ésta, nuestra querida ciudad, que nació como una parada militar romana, y siglos después creció como un simple afán repoblador llegando a ser la capital de un reino, posteriormente decae producto de traiciones e infidelidades, siendo hoy una ciudad con escaso conocimiento y reconocimiento entre los propios españoles . Tras haber sido una de las grandes capitales de los reinos cristianos en la Edad Media, la ciudad de León no consiguió un cambio relevante ni en la Edad Moderna ni después, y  en ello no existe justificación posible para las clases dominantes de la propia ciudad, es decir, para sus nobles, terratenientes, clero y acaudalados habitantes.
   Es muy posible que al observar la actual fuga de cientos de jóvenes leoneses, aquel esplendor de esta ciudad, reducido historiográficamente a unos pocos siglos, no haya sido sino un simple paréntesis en la forja de un reino/nación que, arrancando de un fenómeno artificial y repoblador, y manoseado por intereses ajenos, cainitas y burdos, esté ahora comenzando con sus últimos estertores para volver, de nuevo, a la misma nada de la que nació. 
   De modo que si nadie lo remedia, todo indica que seremos una ciudad con billete de ida y vuelta a su soledad, un billete para un viaje que arranca en su despoblación inicial y tiene su destino en la despoblación futura.

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