miércoles, 18 de julio de 2012

Sólo nos falta la brújula y el pegamento

     Opinaba Karl Marx, el pensador y filósofo amén de revolucionario, que la revolución proletaria y la de los oprimidos sólo sería posible cuando las condiciones objetivas fueran las apropiadas, y la necesidad de mejorar sus condiciones de vida superase la sumisión y aceptación de mantenerse como clase esclavizada y subyugada por los opresores.
    Hoy, el panorama nacional presenta múltiples expresiones de protesta, y así, hombres y mujeres mineros, policías, funcionarios en general, sanitarios, maestros, desempleados, estudiantes, pensionistas, indignados del 15M, empleados de Renfe, trabajadores de la privatizada AENA, desahuciados de sus viviendas, estafados por la banca, etc, se lanzan a las calles para protestar contra los reales-decretos de este mediocre Rajoy, exigiendo un cambio en la política social y económica (los más moderados) ó la dimisión en bloque del gobierno y la convocatoria de nuevas elecciones generales (los más atrevidos). Y reitero lo de los más moderados y los más atrevidos, porque para nada he querido mencionar a los, presumiblemente, más radicales, los cuales, a la postre, serían en mi opinión los que se aproximarían a la posible solución de nuestros problemas, si es que esta existe.
   A raíz del desmantelamiento de la URSS, del final de la guerra fría y del fracaso del modelo económico soviético stalinista (que no marxiano), las tesis neoliberales de inspiración capitalista se sintieron triunfadores de su modelo ultraliberal, y de ahí, de su preñez en el éxito surgieron escuelas de pensadores, economistas y empresarios que no dudaron en lanzar un órdago al mundo entero para entregarse al capitalismo como único paradigma económico posible, y único garante de la futura y eterna felicidad del planeta. La capacidad de enriquecimiento de los países occidentales estaba asegurada, siempre que existiesen otros que consumiesen, y otros que permaneciesen en fase de crecimiento y por lo tanto, aún oprimidos. El capitalismo se mostraba sin ninguna oposición práctica y, eso era lo peor, tampoco en el plano de la dialéctica teórica.
    Pero de aquellos barros vinieron estos lodos. Al cabo de unas décadas, el capitalismo más desbocado se complicó la vida; la entrega al enriquecimiento rápido y desmesurado propugnó una incesante ambición y un voraz sesgo de competitividad que agotó las posibilidades de sostenibilidad en ese gradiente de crecimiento contínuo. Se demostró que el capitalismo era muy capaz de generar riqueza, pero que el mercado (su biblia de cabecera) resultaba absolutamente incapaz de reasignar y redistribuir esa riqueza.
   Los estados-nación tuvieron que crear estructuras económicas supranacionales que moderasen el desequilibrio entre los distintos países, y así, tanto el FMI, como el BC, la OMC, ó la propia Unión Europea, conformados todos ellos por economistas neoliberales, especuladores y banqueros, todos ellos de tendencias conservadoras en lo social, se convirtieron poco a poco en las estructuras que realmente gobernaban las naciones y a sus sociedades compuestas por personas, cuando dichas estructuras, además, resultaban dirigidas por unos popes dirigentes ideólogos que en ningún momento han sido elegidos democráticamente por los ciudadanos de ninguna parte del mundo.
   Los estados-nación, cuyo concepto y configuración nos llega del siglo XVII, perdían ahora a finales del siglo XX toda su soberanía en favor de los especuladores de alto standing. Y es que el carro se estaba poniendo delante de los caballos.
   Y hoy, a ese magno supertribuno supranacional de cuello duro, corbatas y peinado engominado, impersonal, etéreo, poderoso y supercapaz de alterar la vida de más de medio mundo, y que se materializa en esas estructuras supranacionales mencionadas, como si de sectas compuestas por castas se tratase, no hay hoy nada ni nadie (ni político ni ideológico) que le discuta un ápice su paradigma depredador, ni que le pueda alterar una pestaña.
   Sólo el reconocimiento histórico de la situación, el convencimiento de que el modelo capitalista actual está agotado y se está hundiendo, pero que, como el que “muere matando”, con él se están hundiendo millones de personas y se está hundiendo al mundo, y que mientras ése modelo aún se entrega a la búsqueda del voraz beneficio, nadie parece reparar por un momento que ese salvaje beneficio nos ha traído la desigualdad y nos traerá, a corto-largo plazo, los dos grandes problemas que ponen en riesgo el futuro y la supervivencia de la humanidad, que serán...la imparable curva ascendente de una asfixiante demografía, que de seguir así no encontrará recursos alimentarios suficientes para todo el orbe, y el impacto ecológico que la competitividad y el hiperconsumismo de las actuales formas de energía, y posiblemente las nuevas energías con sus indestructibles y radiactivos resíduos, nos están acarreando. Son pues la desigualdad, la demografía y la ecología...los tres grandes riesgos de un futuro inminente. 
   En España, hoy, son multitud de gremios de trabajadores y profesionales los que están oponiéndose a la política de un gobierno legítimo en las urnas pero fraudulento con su programa, mentiroso, traidor a su pueblo y de corte totalitario, y este clamor social y popular se está expresando como movimiento espontáneo, incontrolado, desorganizado y atomizado, cuando la posible solución exigiría que esto no fuese así y se pudiese autogestionar de otra manera...
  Pero no sólo debe preocuparnos este panorama nacional, sino el europeo, el internacional y el planetario, ámbitos en los que la única solución, creo, ya fue propuesta por un pensador filósofo nacido en la antigua ciudad prusiana de Tréveris hace ya casi dos siglos. Nos hace falta, pues, esa brújula de hace años y ese pegamento que una y consolide todas las reivindicaciones de nuestra apuesta por un futuro mejor, mas justo, equilibrado, ecológico y sostenible, y tanto ante las reivindicaciones de los mas moderados, como de las de los atrevidos, y también de las de los llamados radicales.
Desde luego, una cosa está meridianamente clara, y en ello coinciden todos los historiadores y observadores políticos no necesariamente ultraliberales (incluso Keynes debe estar fuera de sospecha), y es que las soluciones a esta situación actual de desigualdad y de riesgo de extinción nunca la podrá aportar ni el mercado ni el capitalismo.
¿Entonces...?

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