sábado, 3 de septiembre de 2011

El señor Ratzinger y las neurosis

     La reciente visita a España del que los cristianos llaman "santo padre", ha copado las páginas y espacios informativos de los medios de comunicación españoles, así como convulsionado algunos sectores progresistas de la sociedad española e irritado a los colectivos laicistas que se han pronunciado generosa y pacíficmente en contra de la misma. El movimiento de indignados del 15M fue uno de ellos, y pagó cara su osadía.
      Los fastos organizados para esa visita ha levantado no pocas protestas, argumentando para ello el tan injustificado como elevado gasto que este acontecimiento suponía para las deterioradas arcas del Estado, en unos momentos de extrema gravedad en la situación económica del país. Y aunque de rango menor, tampoco han faltado las quejas de los ciudadanos y ciudadanas madrileños, que se han visto gravemente incomodados por las distorsiones que el programa de dicha visita ha inflingido en la circulación de las personas por la ciudad en días laborables, con multitud de calles cortadas al tráfico y líneas de transporte público suprimidas o desbordadas.  
 
Pero con todo, estos aspectos quizá no sean los mas preocupantes.
 
    Lo más inquietante ha sido observar la pleitesía y sumisión beatificadora y arcaizante que las autoridades políticas, civiles y administrativas españolas han rendido al máximo representante en la tierra de esa creencia religiosa que, aunque se quiera negar, viene derivando hacia posiciones decadentes y por lo tanto sectarias y en franco retroceso de militancia entre la juventud española y europea. Las numerosas genuflexiones, velos, mantillas, palios, crucifijos, besamanos y reclinaciones que hemos visto realizar a la monarquía y a nuestros dirigentes políticos ante el señor Joseph Aloisius Ratzinger, demuestran que el tardofranquismo nacionalcatólico (aliado del nazismo y fascismo italianos bajo el palio de la púrpura papal de Pio XII) ha logrado sobrevivir con plena salud al proceso de cambio y transición política, y que aún hoy continúa constituyéndose en fuerza fáctica que interviene e influye en los asuntos del estado español. Yo dudo que en otros paises europeos, democráticos y también de profunda tradición cristiana, se contemple tanta reverencia y pleitesía hacia la institución eclesiastica, hasta el punto de constituirse en importante directriz en la política social, económica y educativa del estado, tal y como lamentablemente ocurre en España. 
 
      El que nuestra Constitución sancione que España es un estado sin confesión religiosa oficial, implica que obviamente tampoco debe impedir la libertad de culto, pero en cambio sí debería acatarse en lo relativo al impacto que ciertas celebraciones y actitudes prosectarias, fomentadas por algunos reponsables políticos, provocan en el conjunto de esa sociedad que ya no es mayoritariamente creyente ni practicante.
 
     Cada día son más los españoles y españolas que profesan otras creencias religiosas, o que sencillamente han decidido apostatar de su involuntaria incorporación al colectivo cristiano, y por ello ese amaneramiento pseudoreligioso de los políticos al que nos referimos debería ser modulado y especialmente prudente. Aún hoy, festividades, calendario laboral, formulismos administrativos, costumbres regionales, celebraciones del mundo educativo, etc...siguen impregnadas de un implícito nacionalcatolicismo, como prueba de que este poder eclesiástico sigue dominando la vida social y política española. La transición española fue defectuosa, incompleta e insuficiente, y la presencia de la jerarquía católica en el devenir del país es una prueba.
 
     Uno de los más célebres y clarividentes científicos y pensadores del siglo XX afirmaba que el dios judeocristiano era exclusivamente una proyección deidificada, consecuencia de la ingénua visión infantil de la figura del padre omnipotente y represor, y que el comportamiento religioso colectivo resultaba comprensible sólo como expresión de una neurosis colectiva obsesivo-compulsiva profundamente arraigada culturalmente, dada la necesidad de una poderosa fuerza externa que apuntalase los requerimientos éticos de una sociedad que nunca tuvo otros recursos para satisfacerlos. Freud dixit.
 
    Si aceptamos,como afirma Richard Tarnas, que la historia del cristianismo está preñada de hipocresía e intolerancia, constatable mediante la confirmación de su permanente obsesión por la conversión fozosa de otros pueblos y creencias, la despiadada eliminación de otras perspectivas culturales, la persecución de todo aquél (o aquella) que fuese considerado hereje o bruja, la apoteosis de las cruzadas contra los musulmanes, la opresión de los judíos, el desprecio de la espiritualidad femenina, la exclusión de las mujeres de posiciones de autoridad religiosa, la asociación de la jerarquía católica con la escalvitud y la explotación colonial, y el espíritu prepotente y arrogante con el que esta jerarquía contempla la existencia de otras confesiones religiosas, entonces podemos afirmar que al catolicismo actual le falta un puntito de grandeza ética y moral como para intentar enseñar a nadie su código de conducta civil y, mucho menos, política, ciudadana y social,...o sea, tal y como pretenden mantener en España con la aquiescencia de los políticos más anquilosados intelectulamente de nuestra actualidad.
 
    Mientras tanto, la laicidad del estado español parece una quimera, y no es que sea cada vez más improbable la derogación del Concordato o tratado actual entre España y la Iglesia, sino que es un hecho que la asignatura de religión va ganando posiciones en la escuela pública, de manera que, de seguir así, dentro de poco tiempo no sólo habrá crucifijos, santos y vírgenes en las paredes y mesas de despacho de todas las escuales públicas, sino que el adoctrinamiento católico será reconocido y obligatorio, y los propios equipos directivos encargados de implementar las políticas educativas estarán conformados por pléyades de profesores de religión y militantes de alguna tendencia ideológica dependiente y favorita de ese santo padre, como se conoce al señor Ratzinger. Tiempo al tiempo.
  

1 comentario:

Juan Carlos dijo...

Bien regresado Maestro, llega usted con las pilas cargadas y cargado de verdades como puños (no sé si será correcto lo de "puños"... no sea nos tilden de rojos)...
Y sobre la cuestión en sí, pues eso, que para la sanidad pública y demás simplezas no hay dinero pero para adorar al becerro de oro, dicho con todo respeto lo de oro, para eso sí...que siga la fiesta...es bueno que a los trabajadores, parados, y excluidos de la sociedad se les siga recomendando, desde todos los púlpitos posibles, que pongan la otra mejilla y que los ricos no entrarán en el reino de los cielos, esto último probablemente porque los ricos ya están en el cielo.
Cuando se estabilice el asunto quedamos y nos hacemos unas cervecillas, rápido, que lo mismo divertirse, además de pecado, empieza a ser delito para los trabajadores claro, para "ellos", los ricos, siempre habrá una bula a mano.
Como observarás ni una critica sobre la fe individual, sobre eso nunca discutiré, pero sobre la sacrosanta institución y su trayectoria...cuando quieran.
Salud, república y + escuela pública (y laica)