No se puede decir que el mundo se haya descosido, pero si es verdad que con la llegada de Barack Obama a la presidencia del país más rico e influyente del mundo, contemplábamos la posibilidad de que resurgiese la esperanza de que ciertas cuestiones internacionales, mas bien planetarias, se pudieran concebir de otra forma.
El descosido que ha sufrido el modelo salvaje de capitalismo en materia financiera, que se ha ido gestando en la última mitad del siglo pasado, parece que apoya el tener que sacar otro tablero de juego, ya que resulta muy probable que ese modelo agonice en aras del nacimiento de nuevas formas de entender la ineludible aspiración de progreso, enriquecimiento y entendimiento humano y social.
Los recientes sucesos en el Magreb con el asunto saharaui, la conflictividad en Oriente Próximo, la precaria situación alimentaria y económica en el África Central, las relaciones con el mundo radical musulmán del Oriente Medio, el trato hacia el ecosistema en el que todos vivimos (con la búsqueda de soluciones al deterioro del planeta), la reorientación hacia las nuevas democracias autóctonas en Latinoamérica, la colaboración respetuosa hacia economías tan emergentes y temidamente desestabilizadoras como las de China o India,...todo ello parecía tener que beneficiarse de la manera de entender la necesidad de conseguir esos equilibrios anhelados en el discurso de Barack Hussein Obama. Pero sin olvidar que la formación teórica y profesional de este hombre viene influenciada por sus experiencias en el campo de la mediación social y lo que ello implica, es un error otorgarle a Obama la responsabilidad en solitario de cambiar el mundo de un plumazo. Ya sabíamos que necesitaría ayuda, y quizá un escenario menos desfavorable.
En nuestro país, la situación no es demasiado distinta. Ante los determinantes que definen la múltiple crisis mundial (económica, financiera, alimentaria, hídrica, climática, social) y que en España también padecemos, aquí no podemos ignorar que el partido popular está alcanzando su cima de madurez por la vía depuradora de la catarsis, y que a partir de ahora deberemos esperar a ver qué uniforme de batalla va a vestir la derecha española, si el moderno europeo de corte anglosajón, o ese otro cavernícola de pedigrí nacional-católico que ha representado al rancio postfranquismo de las últimas décadas.
Por otro lado, parece demostrado que la socialdemocracia gobernante en muchos países del mundo occidental no supo prever la debacle del modelo capitalista, y más aún, tampoco ha sabido ofrecer soluciones para los problemas de desigualdad e injusticia que el propio modelo generaba. La múltiple crisis les ha explotado entre las manos, y nadie sabe cómo ha sido...
Lo que sí parece seguro es que estemos presenciando el nacimiento de una etapa en la que todos debamos remangarnos y aplicarnos en la construcción de otro modelo de relaciones de poder, y también de formas de entendimiento. No se trata simplemente de contribuir a la forja de un mundo mejor, sino de trabajar para la consecución de un mundo en el que quepamos todos, y en el que la justicia y el derecho a las mismas oportunidades sean el primer mandamiento que sirva de clave de entrada a la necesaria convivencia.
Ya nadie es tan miope como para intentar gobernar un país despreciando realidades tan interrelacionadas como las que hoy conocemos. La pretensión globalizadora del trust financiero, con ese neutro y manido concepto de globalización, nos ha enseñado que nadie puede gobernar a nadie sin considerar las claves en las que se mueven el resto de los países, no ya de su entorno, sino del mundo en general.
Que en España hayamos gastado cientos de miles de euros en una vacuna cuya eficacia social y sanitaria está en entredicho, mientras que en Zimbawe y ahora en Haití, mueren cientos de personas por la epidemia de una enfermedad tan fácilmente prevenible y controlable como el cólera, es algo que debería resultar insoportable para cualquier sensibilidad política de la ideología que sea.
Que enarbolemos la bandera de la paz mientras ingresamos ingentes divisas a costa de la venta de armas a países en permanente conflicto bélico, es otra incoherencia que resquebraja la credibilidad de quien gobierna esa esquizofrenia. Que mantengamos una glamourosa amistad con Marruecos, a pesar del atropello colectivo a los derechos humanos que practica en el Sáhara, mientras parece que a Cuba le debemos negar el pan y la sal, también debe merecer el que nos despojemos de la hipocresía rampante que nos atenaza.
Por lo tanto, y parafraseando a François Houtar, el mundo requiere alternativas y no sólo regulaciones. Es decir, no parece suficiente el restañar este sistema, sino que hay que transformarlo. Se ha convertido en nuestro deber moral, y para comprenderlo debemos adoptar el punto de vista de los más desfavorecidos, lo cual nos permitirá a la vez hacer una constatación y expresar una convicción; la constatación de que, en su conjunto, las crisis tienen todas una causa común; y la convicción de que, juntos, ha llegado el momento de transformar el curso de la historia.
Quizá el movimiento griego de la Generación 700 nos esté enseñando que antes de sudar cavando el pozo, deberíamos haber sabido buscar soluciones para calmar la sed. Y el drama de la izquierda más reciente y convencional es que nunca lo entendió así, permitiendo que ahora el carro se ponga por delante de los bueyes.
Hoy ya no hay excusa. Los últimos acontecimientos nos lo están indicando. Si la derecha se ensimisma y se enclaustra rabiosa, y la socialdemocracia se distrae y acomoda en su complaciente y burguesa centralización, deberá ser la izquierda la que deba asumir ese nuevo renacimiento, el de la defensa de los llamados valores incombustibles y, por otro lado, de los clásicos humanistas. No es necesario mirar a los fracasados regímenes totalitarios, ni siquiera recordar la aplastante evidencia de los postulados marxianos, sino que bastaría con desempolvar fórmulas y enunciados tan libres de sospecha como las del racionalismo krausista, sin ir más lejos.
Romper el molde será difícil, sí, pero la ilusión de conseguir uno nuevo y prometedor para nuestros hijos se nos antoja tan excitante y necesario que no podemos perder la oportunidad,...o la historia nos juzgará....otra vez.
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