Más allá de los cambios que se produjeron en Europa a raíz de la primera guerra mundial, con la debacle de los antiguos imperios centroeuropeos en favor del nacimiento de nuevas naciones, y de las repercusiones positivas desde el punto de vista económico de las que se benefició España con su incremento en la exportación de textiles, alimentación y minerales a una Europa en guerra, en lo que todos los historiadores están de acuerdo es que las primeras décadas del nuevo siglo XX fueron determinantes en el devenir de nuestra historia reciente.
Entre otras causas de menor rango, esa influencia determinante fue debida a la aparición y expansión masiva de nuevas tecnologías, como el motor de explosión ó la electricidad, pero además, por la intermediación de los nuevos medios de comunicación y el impacto que éstos iban a provocar culturalmente en la sociedad de la época.
El deporte y el cinematógrafo fueron, en manos de los nuevos medios de comunicación, unas tentadoras herramientas de entretenimento pero también de adormecimiento y anestesia de una sociedad por entonces crispada. Nacía pues la célebre estrategia de Goebbels...
El cinematógrafo a partir de 1900, y el deporte (el fútbol especialmente) a partir de 1910, fueron moldeadores de costumbres y de cultura. Las salas de cine reunieron grandes masas de espectadores que, al ver mayoritariamente películas norteamaericanas, provocaban que las masas fuesen amoldándose a pautas comunes de una nueva cultura popular, no especialmente comprometida ideológicamente. El papel también despolitizante de un nuevo deporte de masas, como era el fútbol, y que así fue percibido claramente por los republicanos de entonces, es una realidad incuestionable que después fue utilizado y aprovechado por no pocos dictadores y gobernantes totalitarios.
Todo esto viene a propósito de cómo, en ocasiones, alguien decide de qué tenemos que preocuparnos, y con qué es con lo que se deben llenar las páginas y espacios de los medios de comunicación, para así distraer a la opinión pública de lo realmente sustancial para su presente y para el futuro de sus hijos. Es decir, que alguien decide por nosotros a qué debemos ocuparnos, y en qué debemos preocuparnos...políticamente.
La normativa sobre el tabaco y la prohibición de fumar en determinados espacios, por ejemplo, así como la prohibición de circular a velocidades superiores a los 110 Km/hora en las autopistas, no pueden cuestionarse desde el punto de vista salubrista, pero al haber llenado cientos de páginas de prensa y ocupar cientos de minutos de radio y TV, sí tenemos la sensación de que deberíamos alinearlos como símbolos emblemáticos de una forma de gobernar que recurre excesivamente a los gestos, para distraer a la sociedad y desviarles de sus verdaderos y graves problemas actuales.
Estamos en estos días ante una forma de gobernar y de dirigir la res pública que, en definitiva, también recurre a la estrategia propagandística, pero que en lugar de orientarse al agit-prop como se hizo en otros contextos, en esta ocasión se utiliza como pentotal sódico colectivo.
Si a todo esto le añadimos la machacona pretensión de atemorizar a la sociedad con asuntos como el del colesterol, el peso, las dietas, la cosmética, los yogures sanos, los programas televisivos sobre hospitales, etc, convendremos en que nunca como ahora se ha utilizado la salud como elemento cómplice del mezquino paradigma de lo políticamente correcto, y sobre todo, cuando la utilización del concepto salud se pone de rodillas ante el mercado y el fracaso de la política, y ante esa ausencia de honestidad pública que exhiben la mayoría de los responsables de los partidos políticos en los medios de comunicación actuales, hoy ya todos subvencionados y financiados...como todo el mundo sabe.
Entre otras causas de menor rango, esa influencia determinante fue debida a la aparición y expansión masiva de nuevas tecnologías, como el motor de explosión ó la electricidad, pero además, por la intermediación de los nuevos medios de comunicación y el impacto que éstos iban a provocar culturalmente en la sociedad de la época.
El deporte y el cinematógrafo fueron, en manos de los nuevos medios de comunicación, unas tentadoras herramientas de entretenimento pero también de adormecimiento y anestesia de una sociedad por entonces crispada. Nacía pues la célebre estrategia de Goebbels...
El cinematógrafo a partir de 1900, y el deporte (el fútbol especialmente) a partir de 1910, fueron moldeadores de costumbres y de cultura. Las salas de cine reunieron grandes masas de espectadores que, al ver mayoritariamente películas norteamaericanas, provocaban que las masas fuesen amoldándose a pautas comunes de una nueva cultura popular, no especialmente comprometida ideológicamente. El papel también despolitizante de un nuevo deporte de masas, como era el fútbol, y que así fue percibido claramente por los republicanos de entonces, es una realidad incuestionable que después fue utilizado y aprovechado por no pocos dictadores y gobernantes totalitarios.
Todo esto viene a propósito de cómo, en ocasiones, alguien decide de qué tenemos que preocuparnos, y con qué es con lo que se deben llenar las páginas y espacios de los medios de comunicación, para así distraer a la opinión pública de lo realmente sustancial para su presente y para el futuro de sus hijos. Es decir, que alguien decide por nosotros a qué debemos ocuparnos, y en qué debemos preocuparnos...políticamente.
La normativa sobre el tabaco y la prohibición de fumar en determinados espacios, por ejemplo, así como la prohibición de circular a velocidades superiores a los 110 Km/hora en las autopistas, no pueden cuestionarse desde el punto de vista salubrista, pero al haber llenado cientos de páginas de prensa y ocupar cientos de minutos de radio y TV, sí tenemos la sensación de que deberíamos alinearlos como símbolos emblemáticos de una forma de gobernar que recurre excesivamente a los gestos, para distraer a la sociedad y desviarles de sus verdaderos y graves problemas actuales.
Estamos en estos días ante una forma de gobernar y de dirigir la res pública que, en definitiva, también recurre a la estrategia propagandística, pero que en lugar de orientarse al agit-prop como se hizo en otros contextos, en esta ocasión se utiliza como pentotal sódico colectivo.
Si a todo esto le añadimos la machacona pretensión de atemorizar a la sociedad con asuntos como el del colesterol, el peso, las dietas, la cosmética, los yogures sanos, los programas televisivos sobre hospitales, etc, convendremos en que nunca como ahora se ha utilizado la salud como elemento cómplice del mezquino paradigma de lo políticamente correcto, y sobre todo, cuando la utilización del concepto salud se pone de rodillas ante el mercado y el fracaso de la política, y ante esa ausencia de honestidad pública que exhiben la mayoría de los responsables de los partidos políticos en los medios de comunicación actuales, hoy ya todos subvencionados y financiados...como todo el mundo sabe.
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