Hay quien defiende "que es lo mismo gato blanco que gato negro, pues lo importante es que cace ratones”...para con ello expresar y hacer extensiva una practica habitual entre la mayor parte de los colectivos y las redes no gubernamentales que tienen su razón de ser en la lucha por alguna forma de aproximación a arcadias diversas...ecologistas, pacifistas, feministas, antinucleares, soberanistas alimentarios, defensores de los animales, etc...y otros, en cambio, y yo entre ellos, somos más rotundos o arcaicos en nuestras convicciones, y negamos que en la defensa de algunos supuestos quepa cualquier grupo, persona o ideología, por el simple hecho de que gratuitamente así lo proclamen.
Los problemas complejos, y las actitudes culturales que se encuentran enraizadas en el origen de los problemas que acucian a nuestra sociedad, no pueden ser resueltos con recetas sencillas ni con interpretaciones triviales como si de una foto fija se tratase.
En el sentir de todo análisis sociológico siempre encontraremos la necesidad de tirar de la cuerda, así como la convicción de que al final de esa cuerda nos toparemos con hallazgos esclarificadores respecto a las posibles implicaciones culturales e ideológicas y sus anheladas soluciones.
Si parece difícil que detrás de un aparente ecologista se encuentre un voraz consumidor y maltratador de la naturaleza, o que detrás de un pacifista encontremos a un empresario de la industria armamentística, de la misma forma parece difícil que detrás de un ferviente defensor y practicante de cualquier confesión judeocristiana (la católica, por ejemplo) nos encontremos con un feminista. Y quien crea que dentro del ámbito de la iglesia se puede estar del lado de la igualdad entre mujeres y hombres, es que no conoce la hermenéutica ni la doctrina actual de la jerarquía católica (y obsérvese que no incluyo lo atribuido al propio Jesucristo)
Todo esto viene a propósito de lo ocurrido el pasado jueves, cuando coincidiendo con el final de un ciclo de conferencias sobre Feminismo organizado por diversos colectivos universitarios, unas setenta estudiantes entraron pacíficamente en la capilla del Campus de Somosaguas de la Universidad Complutense, y al parecer, y mediante una representación teatral, expresaron su protesta contra el machismo y la homofobia de la Iglesia Católica, así como contra los privilegios de los que goza esta institución en un espacio público y laico como es la Universidad Pública.
Parece que el hecho de que algunas de estas jóvenes se desnudaran de cintura para arriba durante la performance ha encrespado los ánimos de ciertos sectores ultracatólicos y una avalancha mediática conservadora ha tratado de criminalizar a las estudiantes. Varios medios han hablado de "asalto" y "allanamiento" de la capilla, de "delito contra la libertad de culto", han denunciado que el rector de la Complutense ampara la "persecución religiosa" y algunos columnistas no han dudado en calificar a las alumnas de "zorras".
Más allá la relevancia simbólica y anecdótica de la iniciativa estudiantil, lo que está claro es que las alumnas han puesto sobre la mesa una cuestión que tiene que resolverse, y frente a la que los demócratas tenemos que posicionarnos de manera contundente: ¡¡ la existencia de centros de culto católicos en las universidades públicas, y el innegable carácter machista de la iglesia !!
El problema no es sólo que la Iglesia Católica sea la institución que más legitimó y se benefició del franquismo o que, sistemáticamente, haya cuestionado y combatido con fe ciega el reconocimiento de derechos a las mujeres y a las personas homosexuales, o que callara el 23-F, etc, pues en una sociedad democrática, la Iglesia y los católicos tienen, como cualquier persona o colectivo, perfecto derecho a practicar su religión, organizarse y defender sus ideas, incluso cuando éstas son claramente antidemocráticas y machistas, como ocurre con buena parte de los planteamientos de la Iglesia. Lo peor e intolerable es que, en el marco de un Estado que se dice laico, sigan disfrutando de los privilegios que les otorgó su franquismo en las universidades públicas, pretendiendo incluso impartir doctrina de moralidad.
Se podrá estar en desacuerdo con la forma en la que las estudiantes llevaron a cabo su protesta, pero “tenían más razón que un santo” en sus reivindicaciones. Gracias a su audacia y compromiso democrático, se ha presentado una ocasión inmejorable para que las autoridades académicas tomen nota y acaben de una vez por todas con los privilegios de la Iglesia en las universidades públicas.
En una España democrática y madura, que haya superado la rancia mojigatería, no se puede tolerar que se criminalice y amenace a las estudiantes universitarias que, organizando jornadas, seminarios, debates y ¿por qué no? también movilizaciones, protestas y performances, nos recuerdan que la universidad debe ser un espacio laico y democrático para la crítica y la diversidad, y donde el machismo no puede encontrar acomodo.
Los problemas complejos, y las actitudes culturales que se encuentran enraizadas en el origen de los problemas que acucian a nuestra sociedad, no pueden ser resueltos con recetas sencillas ni con interpretaciones triviales como si de una foto fija se tratase.
En el sentir de todo análisis sociológico siempre encontraremos la necesidad de tirar de la cuerda, así como la convicción de que al final de esa cuerda nos toparemos con hallazgos esclarificadores respecto a las posibles implicaciones culturales e ideológicas y sus anheladas soluciones.
Si parece difícil que detrás de un aparente ecologista se encuentre un voraz consumidor y maltratador de la naturaleza, o que detrás de un pacifista encontremos a un empresario de la industria armamentística, de la misma forma parece difícil que detrás de un ferviente defensor y practicante de cualquier confesión judeocristiana (la católica, por ejemplo) nos encontremos con un feminista. Y quien crea que dentro del ámbito de la iglesia se puede estar del lado de la igualdad entre mujeres y hombres, es que no conoce la hermenéutica ni la doctrina actual de la jerarquía católica (y obsérvese que no incluyo lo atribuido al propio Jesucristo)
Todo esto viene a propósito de lo ocurrido el pasado jueves, cuando coincidiendo con el final de un ciclo de conferencias sobre Feminismo organizado por diversos colectivos universitarios, unas setenta estudiantes entraron pacíficamente en la capilla del Campus de Somosaguas de la Universidad Complutense, y al parecer, y mediante una representación teatral, expresaron su protesta contra el machismo y la homofobia de la Iglesia Católica, así como contra los privilegios de los que goza esta institución en un espacio público y laico como es la Universidad Pública.
Parece que el hecho de que algunas de estas jóvenes se desnudaran de cintura para arriba durante la performance ha encrespado los ánimos de ciertos sectores ultracatólicos y una avalancha mediática conservadora ha tratado de criminalizar a las estudiantes. Varios medios han hablado de "asalto" y "allanamiento" de la capilla, de "delito contra la libertad de culto", han denunciado que el rector de la Complutense ampara la "persecución religiosa" y algunos columnistas no han dudado en calificar a las alumnas de "zorras".
Más allá la relevancia simbólica y anecdótica de la iniciativa estudiantil, lo que está claro es que las alumnas han puesto sobre la mesa una cuestión que tiene que resolverse, y frente a la que los demócratas tenemos que posicionarnos de manera contundente: ¡¡ la existencia de centros de culto católicos en las universidades públicas, y el innegable carácter machista de la iglesia !!
El problema no es sólo que la Iglesia Católica sea la institución que más legitimó y se benefició del franquismo o que, sistemáticamente, haya cuestionado y combatido con fe ciega el reconocimiento de derechos a las mujeres y a las personas homosexuales, o que callara el 23-F, etc, pues en una sociedad democrática, la Iglesia y los católicos tienen, como cualquier persona o colectivo, perfecto derecho a practicar su religión, organizarse y defender sus ideas, incluso cuando éstas son claramente antidemocráticas y machistas, como ocurre con buena parte de los planteamientos de la Iglesia. Lo peor e intolerable es que, en el marco de un Estado que se dice laico, sigan disfrutando de los privilegios que les otorgó su franquismo en las universidades públicas, pretendiendo incluso impartir doctrina de moralidad.
Se podrá estar en desacuerdo con la forma en la que las estudiantes llevaron a cabo su protesta, pero “tenían más razón que un santo” en sus reivindicaciones. Gracias a su audacia y compromiso democrático, se ha presentado una ocasión inmejorable para que las autoridades académicas tomen nota y acaben de una vez por todas con los privilegios de la Iglesia en las universidades públicas.
En una España democrática y madura, que haya superado la rancia mojigatería, no se puede tolerar que se criminalice y amenace a las estudiantes universitarias que, organizando jornadas, seminarios, debates y ¿por qué no? también movilizaciones, protestas y performances, nos recuerdan que la universidad debe ser un espacio laico y democrático para la crítica y la diversidad, y donde el machismo no puede encontrar acomodo.
¿Alguien duda que detrás de la presencia de la iglesia en la Universidad Pública no se esconde sino el mismo manto púrpura que abrigó y alentó el machismo durante siglos?
(Fuente: P. Iglesias Turrión; Diario Público)
1 comentario:
Muy bien razonado el artículo, que no ha dejado de ser un relato fiel de la realidad. Una realidad que, ¿puede ser algo genético?, nos acompaña desde hace siglos. No hicimos la reforma religiosa cuando tocó (allá por 1517 de la mano de Lutero y su separación de Estado-Iglesia), tampoco cuando la mal llamada "modélica" Transición (y además inacabada). Espero que de la mano de los universitarios, los únicos que pueden en realidad cambiar las cosas, esta vez sí seamos capaces de meter los santos -y las santas- en las iglesias y con ellos a todos esos homófobos, machistas y violentos reaccionarios.
Un saludo Maestro.
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